domingo, 15 de septiembre de 2013

    110 años de vida, historia y recuerdos.


    Samanta Rioseras / Diario de Burgos - domingo, 15 de septiembre de 2013.

    Adelaida González, la centenaria más longeva de la provincia, nació en 1902. Hoy, más de un siglo después, preserva la memoria de España que ella misma ha protagonizado.


Adelaida, a punto de cumplir 111 años, se niega a sonreir para la foto. Cree que «reirse sin fundamento» es de bobos. Luis López Araico


     Cada uno de los 110 años (cumple 111 el 23 de octubre) de Adelaida González es el relato anual de la historia española. Cada una de las arrugas que trazan su rostro, un regalo de la vida. Su oído poco afinado y su pérdida de visión, la evidencia del paso del tiempo. Y el brillo de sus ojos, la luz que ilumina unos recuerdos que, aunque difuminados por su avanzada edad, preservan la memoria histórica del país que hoy recogen libros y manuales.

       Nació en 1902, en   Arenillas de Villadiego,   cinco meses después de que Alfonso XIII de Borbón ocupase el trono de la monarquía española. En este pueblo burgalés se crió, se casó y dio a luz a Angelines, su única hija, con la que vive actualmente en el centro de la capital burgalesa.

       Ni ella ni su madre recuerdan con qué edad llegó Adelaida a la ciudad. «Eso me gustaría saber. Se lo he preguntado muchas veces, pero no se acuerda», dice Angelines que trata de dar una fecha aproximada relacionando edades y acontecimientos: «Tengo 90 años y vine después de casarme cuando tenía unos 30».

        Si sus cálculos son correctos, su llegada a Burgos se produjo a principios de los años 50, por lo que la dictadura primorriverista, la proclamación de la segunda República, la guerra civil y los inicios del régimen franquista los vivió en el pueblo que la vio nacer.

       Quiere hablar de los cambios políticos del país y suelta «no sé» y «yo que sé» cuando se la pregunta por el tema. Angelines hace un inciso para reproducir las palabras que su madre dedicó al alcalde en el último homenaje a los centenarios: «La mejor época de mi vida ha sido la paz». Pero no se refiere al fin de la guerra, cuando Adelaida tenía 37 años, ni a los inicios democráticos que la sorprendieron cuando ya contaba 73 primaveras; sino a vivir con paz y tranquilidad.

     Habla poco, muy poco, pero con una coherencia admirable y cuando se decide a pronunciar su primera frase lo hace para comentar su pasado en el campo villadieguense, donde siempre se dedicó a la labranza. «En mis tiempos el trabajo se hacía con yugos. Hoy siguen labrando el campo, pero ya es un trabajo casi de señoritos», asegura. A esta labor también se dedicó su hija, cuyo nacimiento coincidió con la llegada al poder de Primo de Rivera.

      Ella tampoco quiere hablar de política y excusa su silencio alegando que pasó su infancia y adolescencia en un internado. Prefiere recordar las habilidades artísticas de Adelaida enseñando los cestos que elaboraba a base de espigas de trigo, pero enseguida los guarda. «No le gusta destacar», afirma y se limita a definirla como «una mujer muy trabajadora, seria y de pocas palabras».



    También algo coqueta, aunque su hija no lo diga, porque antes de la entrevista pasó por la peluquería para retocarse el peinado. Sin embargo, rechaza el piropo cuando Angelines le dice lo guapa que está. «No lo he sido ni con 16, lo voy a ser ahora», protesta. Del mismo modo rehuye regalar una sonrisa a la cámara cuando se lo pide su hija. «¿Por qué me voy a reír? No tengo motivos», sostiene mientras gesticula con sus manos. «Reírse sin fundamento es de bobos», apostilla.


      Charlando sobre la evolución del país al que ha visto dividirse en dos bandos enfrentados en un conflicto armado y emerger de la presión dictatorial, Adelaida vuelve a pronunciarse de forma escueta: «es un abismo, no es más», sentencia para simplificar todo al mero paso del tiempo.

      Solo vuelve a hablar para revelar el secreto de su longevidad. De nuevo, brevemente: «Es la Providencia», dice a modo de explicación, junto a una pequeña imagen de la virgen de la Inmaculada que descansa sobre uno de los muebles del comedor.

      Sabiduría divina o antojo del destino, Adelaida con sus casi 111 años es el reflejo no solo de su propia vida, sino de los recuerdos y la historia viva de toda una nación.

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